Me convierto represora de mis impulsos, se me distorciona el pulso. Y se me hace
ausente, por un rato, la respiración.
Son efectos razonables por la falta de lo que mi alma
se jacta: ser la dueña para siempre de tu
perfeción.
Destilando optimismo, arraigado en la
seguridad de saber que lo mismo sentís cuando me mirás.